Desde hace más de una década, junto a Catalina Lucz-Ligeti, venimos desarrollando en Baños de Agua Santa un proyecto artístico que nació del viaje, de la escucha y de lo invisible. La Casa del Duende, y su jardín escultórico La Aldea Mágica, no fueron creados para entretener: fueron creados para invocar. Para recordar que hay presencias que no se explican, pero se sienten. Y que el arte no siempre es ruido: a veces es susurro.
Desde 2013 venimos construyendo un espacio donde los duendes no son caricatura ni superstición, sino arquetipos, energías sutiles, presencias simbólicas. Figuras creadas a mano, una por una, con intención y relato. Caminos pensados para que el visitante no “vea qué hay más adelante”, sino que se detenga a percibir lo que está sucediendo ahora.
Con el paso del tiempo, surgieron otros espacios en Baños —y en otras ciudades del Ecuador— que comenzaron a utilizar las palabras duende, mágico, hadas, encantado, como elementos decorativos para proyectos comerciales. Lugares como El Bosque Encantado y otras atracciones similares nacieron después de nuestra propuesta, replicando la estética de lo feérico pero vaciándola de sentido.
Lo que en nosotros es símbolo, en otros es decorado. Lo que en nosotros es arte, en otros es selfie. Lo que en nosotros es recorrido, en otros es pasarela.
No cuestionamos que existan, pero sí es importante que se sepa que no somos lo mismo.
“Un duende no es un producto. Es una forma de nombrar lo que habita sin mostrarse. Y no todo lo que dice ser mágico… lo es.”